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Cocina y conventos en Yucatán
Comer en el restaurante La Sal, del cocinero e investigador Nico Mejía, y bañarse en las templadas aguas de una playa con arena negra antes de dormir en Las Hadas, hacen de Manzanillo una grata recompensa al final de la ruta de Colima y hasta el mar.
Hace años, en la boda de una amiga, descubrí la cerveza Colimita. Me atrapó su calidad y, hablando con uno de sus fundadores, me comprometí a visitar su planta de producción. Tiempo después aterricé en Colima para honrar mi palabra. Desayuné chilaquiles con bolillos en Los Naranjos Campestre. Conocí qué hay detrás de mi cerveza consentida, acompañado de su director general, Esteban Silva. Más del 90 % de nuestra cerveza es agua, comentó en su jardín tropical. Me contó que el volcán de Fuego es una montaña de agua y origen de su ingrediente principal. Aprendí sus procesos con la guía del sabio cervecero Aban D’Acosta y probé una lager recién exprimida, dorada y cristalina.
Emprendimos camino a Manzanillo, primera parada de la Nao de China, ruta novohispana que traía todo tipo de productos desde las Filipinas. El camino fue un eterno desfile de cocoteros y lagunas. Visité la de Cuyutlán, cuya sal ha sazonado nuestras vidas y platillos durante siglos. Otro motivo de orgullo local e ingrediente fundamental, así como el nombre del restaurante de Nico Mejía, con mesas a la sombra de varias especies de mango traídas de la India por el Galeón de Manila.
En La Sal probé su ceviche colimense, el pozole seco –platillo que, dicen, nació por accidente, cuando en las calles de Manzanillo se olvidó un pozole sobre las brasas, logrando una reducción que hoy se unta sobre tostadas de maíz. Además me eché unos camarones embarazados, asados en una vara.
Estábamos cerca de Las Hadas, nuestro destino final. Me contó mi padre que lo visité cuando tenía dos años. Me bañé de nuevo en las aguas de su playa, agradeciendo aquella infancia. Admiré las rocas y edificaciones en esta propiedad que inmortalizaron en muchas películas. Es un palacio surrealista concebido por el arquitecto José Luis Ezquerra en los años 70. La propiedad cumplirá medio siglo de historias, amores y desamores. Hay mucho que celebrar.