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Cocina y conventos en Yucatán
Una de las migraciones más célebres y vistosas del reino animal la realizan las ballenas grises quienes, año tras año, viajan desde las frías aguas del Ártico hasta las costas del Pacífico mexicano. Y lo único que se requiere para disfrutarla es estar ahí.
Salimos temprano de La Paz pero mi antojo nos detuvo en el camino entre el mar de Cortés y el Pacífico para desayunar unos burritos de machaca en el sitio favorito de los traileros. Desde niño escuché leyendas sobre la isla llamada California, descrita en las novelas del siglo XVI como un territorio de temibles criaturas marinas y gobernado por la reina Calafia y sus amazonas. A primera vista pareciera un sitio yermo y desolado pero la vida es rica y sus costas, un santuario. Mi destino era Puerto Chale, una pequeña comunidad pesquera. José Sierra sería mi guía y Omar Rojo, nuestro capitán, y juntos navegamos en panga unos 20 minutos, acompañados por una familia de delfines nariz de botella.
Toda la vida han llegado aquí las ballenas, me dijo Omar mientras avistamos un primer chorro de agua, pero es la primera ocasión que recibimos turistas.
Las ballenas viajan 10 mil kilómetros para reproducirse y criar a sus ballenatos. “Eschrichtius robustus“, enunció José como si fuera un encantamiento; sin embargo, se trata del nombre científico del cetáceo vivo más primitivo y el único superviviente de la familia Eschrichtidae, ya que sus parientes fueron cazadas hasta la extinción, por eso la ballena gris californiana es un orgullo nacional y su población, estimada en veinte mil ejemplares, nuestro tesoro.
Mi deseo era atestiguar y celebrar su llegada. De pronto estuvimos rodeados por cientos de ballenatos y adultos de hasta 35 toneladas. Las veo todos los días y se comportan de manera distinta, depende de su estado de ánimo y la vibra de uno, me confesó Omar, quien lucía casi tan emocionado como yo cuando emergían para echarnos un vistazo, mostrando su resbaladizo tegumento gris moteado. La emoción y las lágrimas fueron incontenibles y experimenté algo místico al verlas, una suerte de transferencia de memorias y respeto. Ya no puedo concebirlas como un simple bocadillo o una fuente de combustible, todos somos uno.