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Cocina y conventos en Yucatán
La zona arqueológica de Calakmul no se visita por azar. Debes querer llegar. Está en el núcleo de una reserva con más de 700 mil hectáreas, en una región cuya historia e identidad se comparte entre México y Guatemala. Nunca dediqué más tiempo y esfuerzo para llegar a un yacimiento prehispánico y fueron enormes las recompensas.
Es una de las ciudades más importantes del período Clásico maya, junto con Palenque y Tikal, su eterno rival, explicó Enrique Acosta, mi guía. Manejamos por la selva platicando anécdotas y datos sobre las más de 350 especies de aves, 75 de reptiles, 18 de anfibios, 30 de peces, 500 de mariposas y 96 de mamíferos, incluyendo la población más grande de jaguares en el país. También hay más de mil 600 variedades de plantas, de las cuales al menos 150 son endémicas. Al llegar, caminamos hasta un reservorio creado por los antiguos mayas para conservar el agua durante la temporada seca, entre abril y mayo. Les llaman aguadas, dijo Enrique, mientras admirábamos las conchas regadas en el suelo, indicando la presencia de un gavilán caracolero, o Rostrhamus sociabilis. Cuando este cuerpo se abastece, el agua continua al siguiente a través de un canal recubierto con estuco para facilitar el flujo.
Imaginé Calakmul al consolidarse como un señorío de 50 mil habitantes. Luego descubrimos estelas que narran eventos y muestran personajes relevantes para esta urbe que, en su momento, tuvo más de seis mil construcciones. Mi favorita fue la Estructura II, levantada en torno al katún 8 o año 593 d.C. No es una pirámide sino un basamento escalonado que supera los 50 metros y emula una montaña que simboliza tanto el origen como el final de la vida. La mitad aún está cubierta por la selva y en su interior residen nuestros antepasados. Sus esquinas están remetidas y una escalinata central, con mascarones zoomorfos a los lados, te conduce a la cima. Ahí, cuando miras sobre la copa de los árboles color jade, admiras lo remoto, extenso, misterioso y abundante: el sublime océano verde.