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Cocina y conventos en Yucatán
En el valle de Cuatro Ciénegas está uno de los ecosistemas más singulares del planeta, compuesto por dunas blancas y pozas de un azul profundo, remanentes de un mar primitivo que aún recuerda el origen de la vida.
Hace millones de años, cuando la Tierra se formaba, el territorio de Coahuila se cubría por las aguas del Mar de Tetis. Ahí empezó la vida como la conocemos y se la debemos a los estromatolitos, unas formaciones rocosas creadas por la actividad de bacterias que viven en el agua. La manera más burda de explicar su aportación es que comen dióxido de carbono y su excremento es oxígeno. Llevan cuatro mil millones de años haciéndolo, así que les debemos todos nuestros suspiros.
Sabemos esto por los fósiles encontrados en muchas partes del mundo y, sobre todo, por los que viven en las pozas de los humedales en torno al pueblo de Cuatro Ciénegas, donde nació el procer revolucionario Venustiano Carranza.
Las condiciones del agua son similares a las que tenía hace millones de años, dijo mi guía, Luis Saucedo, mientras me sumergía en el río San Marcos, santuario de peces y tortugas. Me sentí parte de la historia de la vida, nadando con cuidado de no tocar ni ser tocado salvo por el agua. Me sequé con el aire que sopla con una fuerza descomunal. Los locales están habituados a lo extremo de sus elementos, quizá por ello su semblante sea severo y su trato cordial con los visitantes.
Cuatro Ciénegas es fascinante por su biodiversidad y paisajes surrealistas, pero su explotación para el riego y el turismo lo afectan considerablemente. Es fundamental la práctica de un turismo regenerativo, me explicó Arturo González, director del Museo del Desierto en Saltillo y asesor de proyectos en esta región, incluyendo la poza de la Becerra. La visité rumbo a las Dunas de Yeso que son más blancas e imponentes que en las fotografías. Me quité las botas y caminé descalzo sobre aquel manto de silicio y sulfato de calcio que asemeja el cuerpo desnudo de una diosa. Anduve sin rumbo ni prisa, habitando un sueño hecho realidad. Cuando el sol acarició el majestuoso horizonte, lloré sobrecogido.