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Cocina y conventos en Yucatán
Hay, en las entrañas de la península de Yucatán, un acceso directo al inframundo, conocido por los antiguos mayas como el Xibalbá. Son cavernas repletas de agua dulce en las que descubrirás restos arqueológicos y formaciones extraordinarias.
Adoro el olor del neopreno; tengo más de 20 años buceando. Aprendí en la Gran Barrera de Coral y guié algunas expediciones al interior de barcos hundidos en Nueva Zelanda. Me gustan los arrecifes de coral en los mares Caribe, Rojo y de Célebes; los bosques de algas del Pacífico y las lagunas al interior de cráteres, pero mis inmersiones favoritas son en los cenotes de la península de Yucatán.
La palabra proviene del maya d’zonot ––significa “pozo sagrado”–– y su existencia permitió el desarrollo de la civilización maya ya que el 95 % del agua que se consume en Yucatán proviene de ellos y se calcula que hay entre siete y ocho mil, unidos por un sistema de ríos subterráneos.
Son espacios sagrados, representan el umbral al reino de los dioses, me dijo Guillermo de Anda, arqueólogo subacuático e investigador del INAH, mientras bajamos el equipo de buceo con poleas, hacia un abismo habitado por raíces, murciélagos, golondrinas, crustáceos y peces ciegos. Memo es explorador de National Geographic y director del proyecto Gran Acuífero Maya que concientiza sobre la riqueza y fragilidad de estos sitios amenazados por el turismo masivo y la corrupción.
El agua es tan clara que apenas se percibe. En el fondo nos esperaban ofrendas con esqueletos humanos y objetos de barro preservados por los minerales. Bucear aquí es como flotar al interior de una catedral de piedra durante una ceremonia, miré con incredulidad una fogata que parecía de ayer, pero lleva cientos de años apagada.
Visitar el Xibalbá con el maestro Guillermo de Anda, pionero explorador y decano sobre el culto a los cenotes en Yucatán, es un privilegio; bucear en cuevas, una disciplina peligrosa; visitar este espacio, una gran responsabilidad.
Unos turistas nos miraban asombrados mientras cambiábamos tanques. ¡Qué bueno que los visiten!, pero hay que respetarlos en su contexto sociocultural y medioambiental. Al final reflexionamos sobre la importancia de conservar lo que se ama y cómo solo se ama lo que se conoce. Creo que es momento de asomarnos, física o virtualmente, a lo que también sucede debajo de nuestros pies.