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Cocina y conventos en Yucatán
La sierra de Arteaga está muy cerca de Saltillo y repleta de montañas vestidas con bosques que resguardan uno de los hoteles mas atractivos de México, donde puedes jugar golf, consentirte en el spa y practicar esquí en nieve durante todo el año.
Nada es para siempre, pero alguien con quien disfrutas viajar es una pareja para toda la vida. Sobre todo si comparten pasiones y valoran las diferencias. Yo, por ejemplo, prefiero el migajón de una baguette, y mi señora, la corteza. Habrá quienes prefieran salir temprano a hacer ejercicio y otros que quieran quedarse en cama. El Pueblo Mágico de Arteaga es un destino en el que puedes practicar la comunión y la disparidad. Conocida como la Suiza de México por sus paisajes boscosos, con ocho tipos de coníferas y valles repletos de manzanos, podrías encontrar a Heidi, la niña de las montañas, pero comiendo enchiladas y carnitas.
Está cerca de Saltillo y Monterrey, aunque toma tiempo entender lo especial de su ubicación. Primero visité las Bodegas del Viento, que hacen honor a la devoción de los indígenas huachichiles que habitaron la región donde se unen las nubes con las montañas. Hoy siembran cinco variedades y experimentan con otras 15, sobre todo un exquisito pinot noir. Estamos a 2,700 metros sobre el nivel del mar, explicó Mario Salinas en la casa club del Resort Monterreal, Es un oasis en la puntita de Coahuila, del otro lado del cerro ya es Nuevo León. Su padre, Don Luis Horacio (Q.E. P. D.), fundó este emblemático destino hace más de 30 años, con una visión de respeto por la naturaleza y la búsqueda de espacios al aire libre para la convivencia con la pareja, la familia y los amigos. Ofrecemos 70 cabañas dispersas en el bosque, cada una con su identidad y privacidad, comentó de camino al nuevo spa. Tenemos el campo de golf más alto de México y la única pista en donde puedes esquiar todo el año. Me sorprendió la belleza del entorno y el lujo de sus instalaciones. Mi cabaña era la definición del paraíso en la Tierra. Luego de la cena prendimos la chimenea y nos quedamos mirando las estrellas. Fue tan plena nuestra experiencia que, solo de recordarla, me siento de nuevo en Monterreal.