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Cocina y conventos en Yucatán
Hay platillos que son alimento para el alma y sus recetas nos brindan identidad. También son rituales de convivencia y momentos con los que honramos la memoria. El cabrito, en sus distintas formas, es un símbolo del norte del país.
Una buena comida se disfruta un par de horas. Si se acompaña de una gran historia, la compartimos toda la vida. Nuestros chefs y cocineros también son cronistas que preservan técnicas e ingredientes, y gracias a la senda del cabrito, de Tampico a Saltillo, descubrí sabores y anécdotas en torno a este platillo.
La cabra (Capra aegagrus hircus) es originaria del Medio Oriente. Los judíos expulsados de España la trajeron a México en el siglo XVI junto con sus recetas y la capacidad de adaptarse a entornos hostiles. Este pueblo se encontró con las familias tlaxcaltecas que poblaron el norte durante la Colonia y juntos crearon el platillo conocido como cabrito.
Utilizamos la cría de la cabra que solo se alimenta de leche y tiene hasta 45 días, me explicó Ricardo de Gorordo, propietario del restaurante Los Curricanes y cabeza del capítulo Tampico de la Sociedad Mexicana de Parrilleros, dedicada a promover y preservar las tradiciones gastronómicas.
Mi siguiente degustación fue en Monterrey, urbe que popularizó su consumo en El Tío, de Rodrigo Velarde y cerrado en el 2015, y en El Rey del Cabrito, de Jesús Martínez, cuyo ambiente animado y extravagante me fascinaron.
En Saltillo comí la riñonera en Don Artemio, del chef Juan Ramón Cárdenas, autor de La Senda del Cabrito, libro imprescindible pues comparte investigaciones, anécdotas y más de 40 recetas de cabrito. Los pastores lo cocinan así, a las brasas, en sus recorridos por el desierto, explicó. El restaurante es también una plataforma de investigación y promoción de la cultura gastronómica norestense.
No importa si es al pastor, al ataúd, a la andaluza o una fritada sazonada con hoja de laurel (Laurus nobilis) y orégano de monte (Lippia graveolens), si se come con tortillas de harina de trigo o de mezquite (Prosopis laevigata); si es en Tampico, Monterrey o Saltillo. Lo importante es que 500 años después sigamos reuniéndonos para disfrutarlo y con ello, escribiendo su historia.