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Cocina y conventos en Yucatán
Gorgonio Candelario puede ver rostros en trozos de madera sin tallar, un don del que muchos carecemos y que él revela con maestría. Luego de pintarlos, se transforman en los rostros policromados de la Danza de morenos.
El náhuatl se habla en más de la mitad del país y aún hay más de millón y medio de personas que lo utilizan cotidianamente. Es lenguaje, estilo de vida y tradición. Mantiene un vínculo sagrado con la naturaleza por medio de la danza ritual y, por ende, con los oficios del campo y el arte popular. Hce tiempo escuché hablar de don Herminio Candelario (q. e. p. d.), maestro artesano y ensayador de danzas y pastorelas en Suchitlán, el lugar donde abundan las flores, una población con cinco mil habitantes que conservan antiguas tradiciones, como la elaboración de máscaras rituales.
Su hijo Gorgonio heredó el oficio. Solo le quitas al tronco lo que le sobra, porque las mascaras alguien ya las puso ahí, me explicó durante el proceso de la talla policromada. Para la Danza de morenos usamos máscaras que hizo mi abuelo. Las danzas y las pastorelas son para solicitar fertilidad, agradecer las cosechas y mantener viva la tradición. También me dijo que cuando te pones una máscara, magnificas por su técnica y personalidad, te transformas en el animal que representa, ya sea coyote, búho o zorro. Yo no ofrezco trozos de madera pintada, sino una parte de mi alma y de mi tradición.
El taller está a cinco kilómetros de Comala, el Pueblo Blanco de América, famoso por sus techos con tejas rojas y fachadas blancas que en náhuatl significa lugar donde hacen comales, aunque ya nadie los elabore. Visité los portales, el jardín y la parroquia de San Miguel. Conocí a Alan Ramos en su restaurante, Casa Pascual del Río, donde desayuné tuba, bolillo y mitote, como dicen los colimotas. La tuba es un fermento de palma de coco, el bolillo un pan suculento y el mitote se usa para describir la efusividad con la que suceden las conversaciones en este Pueblo Mágico. Probé empanadas con vaina silvestre de guamúchil (Pithecellobium dulce) y un café cultivado en las faldas del Volcán de Colima que todo lo ve.