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Cocina y conventos en Yucatán
Es fácil pensar que lo único que hay en la capital de Durango son alacranes convertidos en llaveros, dulces y botanas. Si bien son un símbolo estatal y atractivo memorable, sorprende la variedad de quehaceres históricos, religiosos, gastronómicos y culturales que alberga.
He escuchado mil veces que uno u otro destino turístico es el secreto mejor guardado de México, pero luego de recorrerlo pienso que Victoria de Durango fue mi mayor sorpresa. Suelo viajar sin expectativa. Una sonrisa y la curiosidad son mis herramientas, sobre todo en mercados como el Gómez Palacio, que me hizo pensar que estaba en uno de los círculos del infierno de Dante. Llevé una luz negra por sugerencia de un fanático de los artrópodos arácnidos. De él aprendí que hay más de 2 mil especies de alacranes o escorpiones repartidos en casi todo el planeta. Durango les encanta por su clima, tenemos siete especies nativas, dos son de las más venenosas, me dijo Guadalupe García en su tienda de artesanías. Miedo y fascinación crecieron cuando sostuve uno enorme. Tienen fluorescencia propia, así es como los encontramos de noche o en las cuevas, agregó mientras iluminábamos una pecera repleta de pequeños güeros. Por supuesto salí con paletas de caramelo, llaveros y hebillas.
Más tarde visité la Galería episcopal de la catedral basílica de Durango con el artista Gerardo Juárez. Vimos la colección, incluyendo un gran tenebrario ––un cofre de reliquias con fragmentos de santos –– y un órgano monumental de casi 300 años que pude escuchar. Caminé por la Plaza de Armas hasta el Museo Francisco Villa, en lo que fue el Palacio de Gobierno. Está decorado con murales y arcos de cantera labrada, mandados a hacer por el minero Juan José Zambrano. Hay objetos personales y narra la historia del Centauro del Norte. Luego comí una birria aguada en el restaurante que ocupa la casa donde nació la hija pródiga y actriz Dolores del Rìo, antes del espectáculo entre indios y vaqueros en el Paseo del Viejo Oeste, honrando la tradición fílmica del estado. Atestigué un atardecer extraordinario y me dispuse a cenar un tradicional caldillo durangueño en el restaurante del hotel La Hacienda. ¡Vaya sorpresa de lugar!