2.5
Cocina y conventos en Yucatán
En Malinalco aún florece la cultura mexica a través de la talla de madera y del cultivo de la tierra, de la cocina tradicional y los baños rituales de temazcal. Mas que un destino turístico, es un sitio de peregrinaje, rodeado por montañas de color esmeralda.
Adoro sus calles empedradas y sus plazas. La parroquia y exconvento del Divino Salvador, construcción agustina del siglo XVI, es fascinante. Es el jardín de Dios. En 1560 los tlacuilos, grandes pintores de la época, plasmaron la flora y fauna de la región mezclando estuco, arena, clara de huevo y baba de maguey, explicó mi guía, Rosendo Peralta. Me impresionó el fresco del zapote blanco, árbol de la sabiduría para la civilización mexica, pueblo que conquistó a los matlatzincas en 1476 y construyó el Cuauhcalli en el Cerro de los ídolos. Es el edificio monolítico más grande del continente, donde se graduaban los guerreros tigres y los guerreros águilas, élite militar azteca.
Al descender de la zona arqueológica o Cuauhtinchán encontré a Sheila Peralta, del Museo Universitario Luis Mario Schneider. El diseño del recinto manifiesta la cosmovisión azteca y la colección abarca diversas etapas de nuestra historia. Comimos sopa de milpa, costillas en salsa de chile y pizza con chapulines en el restaurante Mestizo, del chef Roberto Ovalles. Visitamos al maestro René Martín, quien talla los más finos tambores sagrados: el huehuetl y el teponaztli. Fuimos a las pinturas rupestres de Los Diablitos; después de 5,000 años aún podemos admirar su color rojizo, comentó.
Al atardecer llegamos al hotel Las Cúpulas donde nos esperaban los temazcaleros Brenda y Alejandro para un baño ritual de temazcal. Se ha transmitido de generación en generación y nuestro pasado se sostiene al compartirlo. Brenda tocó el caracol marino o atecocolli para saludar a los rumbos o puntos cardinales, a la bóveda celeste y a la Madre Tierra. Nos ofreció tabaco, nos limpió con humo de copal y entramos al vientre de barro para purificar nuestros cuerpos y mentes a través del canto, las hierbas medicinales y el vapor emanado al verter agua sobre piedras volcánicas incandescentes o «abuelitas». Sin duda es de lo mejor que he vivido en familia.