La herencia de Tata Vasco es innegable. No conozco otro lugar que manifieste tal diversidad y virtuosismo en su arte popular como la ribera del lago de Pátzcuaro. Barro, madera, cantera, chuspata (Typha latifolia), entre otros, se transforman en objetos fundamentales para las cocineras tradicionales como Blanca Delia Villagómez, quien aprendió a cocinar desde los seis años. Vestida con su tradicional delantal bordado a mano, nos recibió en la cocina del convento de Santa Ana que data del siglo XVI, rodeada de utensilios prehispánicos: molcajete, metate y cazuelas de barro. Fue creada con las piedras de los basamentos piramidales de la antigua capital tarasca, el lugar de los colibríes, fundada en 1200. Las nuevas generaciones tienen que aprender a usar y valorar los utensilios que usaron nuestros ancestros para que no se pierdan, comentó Blanca, preparando unas tortitas de charales (Chirostoma jordani) endémicos del lago, con salsa de chile guajillo (Capsicum Annum) y tortillas recién hechas. 

La cocina tradicional es símbolo de la cultura e identidad de nuestra comunidad, afirmó el maestro José Nicolás Ponciano, paseando por el convento en donde vivió Vasco de Quiroga. Visitamos la zona arqueológica las Yácatas y llegamos al hotel Hacienda Ucazanaztacua. Domina la vista del lago frente a la isla de Pacanda. Exploraba con mi padre y nos perdimos en una brecha muy angosta que nos llevó hasta aquí. Volví a la semana y compré el terrero. Eso fue hace 20 años, explicó Rafael Pereznares bebiendo una charanda junto a la alberca, en la terraza del hotel que diseñó inspirado en la belleza del entorno. Elegimos una troje de madera para dormir; una vivienda purépecha tradicional, pero asentada sobre el lago y restaurada con los servicios de un hotel de lujo: cama king size, edredón de plumas, internet inalámbrico y terraza; la mezcla perfecta de tradición y comodidad para descansar con la serenidad y la pureza del lugar.