Es difícil encontrar una ciudad más bonita que Morelia. Cumplirá 500 años desde que el primer virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza y Pacheco, la mandara fundar como la Ciudad de Mechuacán en el valle de Guayangareo, en la nación purépecha. Puedo imaginar la cantidad de historias ocurridas en sus templos y conventos, casonas y palacetes de cantera rosa, creados por manos indígenas con técnicas del mundo entonces conocido, conformando un escenario ideal para el desarrollo del arte y pensamiento novohispano. Levantaron un acueducto monumental y una catedral estilo barroco moreliano; también el monasterio y colegio de la Compañía de Jesús, orden religiosa que llegó a la llamada Valladolid a finales del siglo XVI. Aquí confluyen las ideas de nuestro país, me explicó Sandra Aguilera, directora del Centro Cultural Clavijero, recinto dedicado al arte y la cultura, nombrado en honor del jesuita Francisco Xavier Clavijero, quien impartiera cátedra en este recinto y publicara el libro Historia antigua de México, así como precursor del indigenismo, corriente cultural y antropológica enfocada en el estudio y valoración de las culturas indígenas. El turismo cultural permite volver al origen y darle valor al patrimonio, añadió frente a las colecciones y murales de este sitio en la ciudad donde nacieron Morelos e Iturbide. 

Imagino que disfrutaron tanto como yo en sus plazas y jardines, que probaron los ates, las morelianas y el gazpacho con chile. Cuando tengas hambre, solo recuerda otro evento histórico que revive en el restaurante La Conspiración de 1809, de Cynthia Martínez. Disfruto reflexionar sobre lo que hay detrás de cada platillo, explicó preparando una fresca agua de aguacate y un Itacate Arriero –tortillas de maíz, cama de guacamole y carnitas estilo Michoacán– en el edificio donde se planeó la Independencia. Ahora sé que todo se disfruta más en Morelia conociendo las historias que hay detrás.