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Cocina y conventos en Yucatán
En el centro del país se encuentran las haciendas, los templos, las calles y los monumentos que enmarcaron la lucha de la Independencia, ese parteaguas que definió la historia de lo que hoy conocemos como México.
Siempre me ha gustado la historia, pero me cuesta apreciarla hasta que visito los sitios en donde sucedieron las cosas. Quizá presto más atención cuando mis sentidos son estimulados al unísono, por eso viajé al Bajío para conocer mejor y entender in situ lo que en los libros se nos enseña como la guerra de la Independencia.
En Dolores Hidalgo comí un helado de mole y otro de mamey escuchando las campanas de la Parroquia de la Nuestra Señora de los Dolores, templo barroco del siglo XVIII. En su atrio, Miguel Hidalgo dio el Grito de Dolores a las 7:30 de la mañana del domingo 16 de septiembre de 1810. Miguel Hidalgo llegó ahí en 1803 para enseñar la fabricación de la cerámica mayólica, el cultivo del gusano de la seda y el de la vid, prohibidos por la autoridad virreinal. Aquí todavía se produce la más fina mayólica en el taller de Abel Ávalos, quien con su técnica de goteo, ganó el premio nacional de cerámica. El maestro se inspiró en la forma en la que las avispas construyen sus nidos y crea figuras complejas, como una persona de cuerpo entero en la cabeza de un alfiler.
Cerca de ahí están las ruinas de la hacienda de la Erre, en donde, dicen, comieron Allende y Aldama junto con el Padre de la Patria y más de 700 personas que los acompañaron desde Dolores. Manejé por paisajes repletos de tunas rumbo a Atotonilco. Su santuario es una obra de arte por la decoración de su interior; ahí, Hidalgo tomó el estandarte de la Virgen con el que el 17 de septiembre de 1810 entró en San Miguel el Grande con más de mil personas. Hoy San Miguel de Allende es reconocido como el mejor destino turístico en América Latina, su centro histórico es patrimonio de la humanidad por los monumentos y el ambiente que le caracterizan, y también por la convicción de sus habitantes, pues resguardar este patrimonio histórico y cultural es un orgullo y una responsabilidad compartida; un compromiso que se hereda al visitarle.