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Cocina y conventos en Yucatán
Cuando en mi lecho de muerte recuerde el día que visité la Escuela del Sarape en Saltillo, volveré a sonreír imaginando al maestro Rubén Tamayo tejiendo frente a mis ojos la más fina y simbólica prenda que haya tenido el honor de adquirir.
El sarape es uno de los objetos más codiciados del arte popular. En náhuatl le llaman acocemalotic-tilmatli: manta arcoíris y es símbolo de mexicanidad. Santa Anna le regaló uno a Sam Houston al firmar el Tratado Guadalupe-Hidalgo mientras que el emperador Maximiliano envió uno a Napoleón III y vistió el propio cuando lo fusilaron.
De los sarapes, el de Saltillo es el rey por su armonía cromática y maestría en el tejido que da vida a los atardeceres del norte, aunque ya es casi imposible conseguirlos por la complejidad de su elaboración.
Fui a buscar uno a la ciudad fundada a finales del siglo XVI, en lo que antaño se llamó la Gran Chichimeca, un proyecto de conquista y pacificación basado en reubicar 400 familias tlaxcaltecas. Fundaron el barrio de San Esteban de la Nueva Tlaxcala, sitio que actualmente salvaguarda este laborioso arte. Aquellos tlaxcaltecas eran agricultores, ganaderos, tintoreros y tejedores. Nutrieron sus técnicas con fibras, minerales e ingredientes locales, me explicó Claudia Rumayor, directora de la Escuela del Sarape, al caminar por los salones repletos de telares. El sarape como lo conocemos se logró a finales del siglo XVIII y se considera uno de los textiles más finos del mundo.
La urdimbre suele ser de algodón y la trama de lana aunque en ocasiones se utiliza seda. Podía tomarles un año entero lograr una pieza, pues los tintes deben ser naturales, me dijo el maestro tejedor Rubén Tamayo y subió al telar para mostrarme la técnica. Después, la maestra tintorera María López me enseñó su alquimia.
Nuestra identidad se nutrió con las culturas indígenas y la influencia española, que a su vez recibió 800 años de conocimientos árabes, afirmó el maestro Francisco Javier, explicándome el diseño del diamante de la obra que atesoro aún más, pues aprendí que al adquirirla apoyas la continuidad de los oficios e historias implícitas en su creación.