Hace más de dos siglos, los hermanos Montgolfier, dueños de una fábrica de papel en Francia, concibieron el primer artefacto volador. El principio del globo aerostático sigue siendo el mismo: el aire caliente es menos denso que el aire frío y, por lo tanto, más liviano. 

En Teotihuacán la lluvia no cedía. Mil metros cuadrados de tela, unida con cables de acero a una canasta de mimbre, yacían flácidos como nuestros ánimos. No tenemos plan de vuelo porque los globos se mueven con el viento. Tampoco podemos definir a qué hora terminaremos, ni a qué altura. Es más, ni siquiera sabemos si podremos volar comentó el capitán José de Jesús Benítez. Tláloc, dios teotihuacano de las tormentas y la lluvia, nos permitió sobrevolar el templo que le dedicaron hace dos mil años. El lugar donde fueron hechos los dioses fue un destino de peregrinaje y su topónimo es de origen náhuatl. No sabemos el nombre que le dieron sus creadores, pero sí que fue uno de los mayores centros urbanos del mundo antiguo, con hasta 100 mil habitantes. Su influencia se extendió más allá del tiempo y el espacio mesoamericano. Es la zona arqueológica más visitada del país, rodeada por tunas blancas (Opuntia ficus-indica) y xoconostles (Opuntia joconostle). 

Disfruté como Frida, Diego y Borges, un desayuno de ingredientes tradicionales con Carlos Zedillo en su restaurante La Gruta. También visité al maestro Eloy Campos quien talla, pule y da brillo a la obsidiana en San Juan Teotihuacán. El Pueblo Mágico comparte designación con San Martín de las Pirámides, en donde fui a la famosa parroquia de San Martín, obispo de Tours, y los plantíos donde cosechan y transforman la tuna agria o xoconostle, en botanas, salsas y postres. También conocí el acueducto del padre Tembleque, la obra de ingeniería hidráulica más importante del Virreinato en el continente. ¿Dos sitios patrimonio de la humanidad en un mismo día? Sólo en el valle de Teotihuacán.