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Cocina y conventos en Yucatán
Veracruz es donde comienzan los últimos 500 años en la historia de este interminable y orgulloso territorio que es México; es la cuna de sueños y productos, de triunfos y batallas, de fortunas y desgracias, de amores y desamores, de bailes, canciones y disfrutes.
Desperté en la habitación 121 del hotel Diligencias en el que, se dice, el maestro Agustín Lara compuso Veracruz: Rinconcito donde hacen su nido las olas del mar. Me tomó varios minutos saber dónde estaba. Abrí las cortinas y las ventanas. Me golpeó la brisa que hacía bailar a las palmeras y el sonido de las campanas repicando en la catedral. Las palomas huyeron de la reverberación, sobrevolando un mar de fachadas desparramadas hasta el horizonte donde asomaban las grúas del recinto portuario. Los recuerdos regresaron. La noche anterior fue cálida y la luna de plata. Cenamos ceviches y huachinango (Lutjanus campechanus) a la veracruzana en los Mariscos de la Villa Rica, fluyeron los toritos con aguardiente de caña y la música se hizo presente. En el parque Zamora, Miguel Ángel Zamudio y María del Pilar Sevilla danzaban acariciando el piso de granito. Sus movimientos atraían la vista y los murmullos de los presentes. La naturaleza encausaba sus cuerpos con elegancia y alegría. No tenía resaca, quería más.
Caminé al malecón, admirando las texturas de casonas y palacios que parecen surgidos desde el fondo del mar, escuchando el güero, güero, güerita que anuncian a las nieves más famosas del puerto y pronunciado a una velocidad vertiginosa, disfrutando la brisa, el calor y la alegría de los veracruzanos. La ciudad es cuatro veces heroica e infinitamente histórica. Hay tiendas con caracoles de mar y dientes de tiburón en la bahía. Ahí llegó Grijalva en 1518, y Cortés, el viernes 22 de abril de 1519. El fuerte de San Juan de Ulúa flota sereno en su isla. Han pasado sus días de gloria pero aún recuerda su papel en la creación de la Villa Rica de la Vera Cruz, así como en el México independiente. Su traza italiana guareció al puerto de piratas y pasteleros franceses. Alejandra Fernández me esperaba en su Café de la Parroquia para desayunar un lechero con “canillas”, huevos tirados y una bomba con frijoles. Visité la Casa de Cortés y la ermita del Rosario, cuna de la cristiandad en el continente americano, en La Antigua. Sé que algún día hasta tus playas lejanas tendré que volver.