El turismo, a diferencia de otras industrias, puede mantener comunidades con dignidad, sin sacrificar su cultura o tradiciones. Además ofrece alternativas a la explotación de los recursos naturales y a la migración, estrechando lazos entre las personas. Ese potencial reside en nosotros cuando elegimos nuestro próximo destino vacacional y se hace evidente en Zacatecas. 

El laberinto de callejones y plazoletas adaptadas a las escarpadas laderas del valle entre los cerros de La Bufa y El Grillo atestigua el milagro de su creación a bordo del teleférico. Se inauguró en 1979 y fue el primero en el país. Renovado en 2016, sigue ofreciendo un viaje nostálgico y una exquisita postal de esta majestuosa ciudad. La cima de La Bufa es el punto para inciar el descenso a una ciudad fundada en 1546 que prosperó por sus yacimientos de plata.

 Zacatecas tiene rostro de cantera rosa y corazón de plata, me dijo Julieta Medina, directora del Museo Zacatecano en la antigua Casa de Moneda. Ejemplo de ello es su catedral de fachada barroca con motivos decorativos europeos e indígenas. También visité la mina El Edén y recorrí las entrañas del cerro, caminando entre socavones y escuchando historias. Tiene un club con pista de baile perfecto para la fiesta. Al volver a la superficie fui a Los Dorados de Villa, el restaurante favorito para comer enchiladas y asado de boda. Después caminé al ritmo de La marcha de Zacatecas entre tiendas y cafeterías. Descubrí Zacatecas Artesanal, una tienda donde exponen los maestros del arte popular. Otro sitio obligado fue Acrópolis. Lo fundó mi padre en 1943 y también es museo, explicó Fuad Samán, personaje e institución en la ciudad, mientras nos servían un café turco. Este lugar es parte fundamental del imaginario local, ya que en sus mesas se escriben historias y sonetos, se prometen amores y se sueñan los próximos planes a cumplir.