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Cocina y conventos en Yucatán
El Niño Dios que a finales de 2019 apareció en redes sociales no es grande, es colosal. Mide casi siete metros y atrajo la atención sobre una comunidad de cuatro mil habitantes muy cerca de los Conos de Santa Mónica y el Pueblo Mágico de Guadalupe.
Se dice que no existe la mala publicidad. Es mejor que hablen de uno, aunque sea mal. Gracias a los memes del Niño Dios más grande del mundo, en la parroquia de la Epifanía del Señor en Zóquite, descubrí esta comunidad y las maravillas históricas y bioculturales que ofrece Guadalupe. El Niño Dios destruyó la capital de Zacatecas con rayos láser proyectados de sus ojos y bailó el pasito perrón. Su fama se diluyó y volvió al culto dominical. Lo incluí en mi itinerario porque es parte del imaginario social pero Guadalupe es un poblado que amerita la visita. Fue un pueblo anexo a la ciudad de Zacatecas, aquí los franciscanos fundaron el Colegio Propaganda Fide en 1707 para evangelizar el norte, comentó su cronista, el doctor Fernando Villegas, en la Capilla de Nápoles, junto al templo de Nuestra Señora de Guadalupe. Adornada con chapa de oro, la construcción empezó en 1844 y tardó 20 años. Al concluirse durante la Reforma pudo conservar su decoración y la imagen de la Inmaculada Concepción traída desde Nápoles. El Museo de Guadalupe resguarda una colección de arte novohispano, patrimonio de la humanidad por la Unesco desde el 2010, como parte del Camino Real de Tierra Adentro, la principal ruta terrestre durante el Virreinato. Tuvo una gran importancia económica por el flujo de mercancías y la influencia religiosa, me explicó frente a los restos de un puente. Entonces recordé que mi bisabuelo, Antonio, nació en Guadalupe y desde los ocho años fue guía de turistas. Inventaba historias del monasterio franciscano y así ayudó a su madre a mantener a la familia. Tenía sangre zapoteca y fue ingeniero civil dedicado a los trenes. Dicen que fue un hombre muy culto, trabajador y simpático. No lo conocí, pero al visitar Guadalupe por intercesión del Niño Dios gigante honro su oficio y su memoria, agradecido con mis raíces y con mis anfitriones por las experiencias que ahora me hacen parte de aquel territorio.